divendres, 8 d’abril del 2011

The grammar of death (IX)

Aquel mediodía, Mary Crawford no cogió ninguno de sus copiosos coches y le pidió a uno de sus sirvientes que conduciera por ella hasta la ciudad.
-¿Está segura de que no quiere llevarlo usted, señora? Nunca antes había querido que nadie la llevase a algún lugar, a usted le encanta conducir.-decía el sirviente al que se le había adjudicado la tarea.
-Lo sé, lo sé, pero hoy me encuentro algo adolorida, no tengo ganas de nada, acércame tú hasta el centro de Nashville.-ordenó la buena señora.
Después de comer, el detective Swan tenía algunos avances en la investigación, pero decidió no contárselos a nadie aún, aunque requirió una cita con el mayordomo Hawkins.
-¿Ocurre algo, señor Swan?-inquirió el hombre muy preocupado.
-No, no es nada. Acompáñeme a la otra salita, por favor.-pidió el detective.
Los dos hombres se retiraron discretamente del comedor y fueron a hablar delante de la chimenea, que estaba apagada.
-He estado pensando en los acontecimientos de anoche, y me he fijado en un pequeño detalle esta mañana que me ha impresionado notablemente.-informó Swan.
-¿De qué se trata?
-La señora Crawford, Mary, ¿verdad? Sí, Mary Crawford, de ella se trata. ¿Siempre coge el coche ella sola?
El detective Swan volvió a sacar el mismo bloc de notas de la noche anterior y, con una pluma, empezó a anotar las preguntas y respuestas.
-Siempre. En todos los años que llevo sirviendo a esta familia, no recuerdo un solo día que alguien haya tenido que acompañar a la señora Crawford a algún sitio. Claro que antes solía ir a todas partes con su marido, el señor Crawford, pero nunca ha ido acompañada de ningún sirviente.
-Entiendo. ¿No le parece raro que ahora de repente quiera que la acompañen?
-Me parecería realmente extraño si se tratara de un día cualquiera, pero con todo esto de la muerte del pobre Jake Miller y la posibilidad de que el asesino se encuentre aún entre nosotros, puedo considerarlo normal.
-Pero ha dicho que se encontraba adolorida, ¿no es cierto?
-La pobre mujer no acostumbra a levantarse tan temprano, quizá sea por una mala noche.
-Sí, podría ser, podría ser...-afirmó el detective rascándose la barba.- Pero yo creo que no se trata de eso, yo creo que su dolor se debe a un golpe que se dio esta mañana.
-¿Usted cree?
-En el brazo concretamente.Justo como usted nos indicó, el intruso debió de hacerse daño al disparar hacia una mala dirección.
-¿La señora Crawford merodeando con una pistola en su propia casa?
-Pues claro, hay un asesino en serie aquí encerrado. ¿Está seguro de que no puede decirme NADA acerca del intruso que vio? ¿Podría asegurar que no es la señora Crawford?
-Ahora que lo dice... No, no puedo asegurar que no fuera la señora, aunque no lo creo.
-Gracias por su atención, señor Hawkins.
El detective Swan se marchó de la mansión a primera hora de la tarde, pues había conseguido contactar con la señora Crawford y tenía una cita con ella en los próximos cuarenta minutos.
-¿Para qué quiere hablar con mi madre?-inquirió Jimmy preocupado antes de que se fuera.
-No te preocupes Jimmy, sólo serán unas preguntas.
El joven asintió con inseguridad y dejó marchar al detective.
Cuarenta fueron los minutos exactos que el señor Swan tardó en encontrar a Mary Crawford sentada en una silla de una cafetería, la cual confesó vacilante su culpa:
-Sí, era yo. Yo entré en mi biblioteca con una pistola. No quería hacerle daño al pobre señor Hawkins, sólo intentaba dar con los documentos de Jake Miller, los del invento patentado.
-¿Por qué?
-Porque ahora Charles Kray está en el hospital y no puede pasar él mismo a recogerlos.
-¿Usted ya conocía la existencia de este invento?
-Pues claro que sí. Jake nos lo mostró a todos los que vivimos en la mansión Crawford una vez lo hubo terminado. Todos quedamos agradablemente sorprendidos, es un gran invento.

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